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17 nov 2021
Carlos Fernández nació en un llagar en Asturias y rodeado de vacas. Y así vivió toda su infancia, entre ganado y cultivos. Pese a tamaña ‘agro-influencia’, él, ocurrente desde la infancia, quería ser marino mercante, “pero en casa, con muy buena óptica, no me dejaron”, nos cuenta. Así que optó por la Ingeniería Agrícola, algo en lo que también contribuyó un profesor de química al que el joven Carlos escuchaba maravillado hablar de abonos y nitrógeno. Se declara un enamorado de la ganadería, tanto que confiesa que su mujer le reprocha que tiene más fotos de vacas que de ella. “Y es verdad”, reconoce. Fue en este sector donde inició su andadura profesional. Después, se pasaría a los parques, los jardines y a la docencia. Por último, dedicó sus últimos años en activo a poner en valor los paisajes protegidos de Las Cuencas Mineras.Ahora, ya jubilado, da rienda suelta a dos de sus pasiones: la escritura, en la que descubrió que ‘se defendía’ a los 50 años, cuando ganó un concurso de cartas de amor; y la solidaridad, a través de la recién creada fundación Agricolae Mundi, porque “hay que morir en el escenario”, nos dice.Durante la charla habla apasionado de Asturias, sus vacas, su gente, sus paisajes, la sidra y les fabes... En la conversación es imposible seguir una línea recta. Incorpora historias aquí y allá, anécdotas que cuenta entre risas, dándoles el tono y el tempo de los buenos narradores, y que también hacen reír a quien le escucha, porque es realmente difícil no ‘entregarse’ a sus relatos.Para la entrevista solo nos pide una condición, que no sea una cosa muy seria, “porque vivimos en un mundo tan serio que hay que diluirlo un poquitín”.Esperamos haberlo logrado y que la chispa de su genialidad llegue también a los lectores a través de sus palabras. ¡Os dejamos con él!
Cuando te gusta una profesión, que además tiene varias ramas, intentas defenderte cuando pasas de una a otra. Eso es lo que he tratado de hacer en ese tiempo que pasé de trabajar con vacas a dedicarme a los árboles…Yo era feliz en el sector ganadero como secretario ejecutivo de la Asociación de Criadores de Razas Asturianas. Me gusta el trabajo con el ganado, el aire libre, la nobleza del ganadero y del hombre rural… Era muy guapo ver los resultados que obteníamos. Pero algo que me encantaba, que era viajar por temas laborales, empezó a pasar factura en casa y un día mi mujer me dijo: “Ven, Carlos, siéntate, que te voy a presentar a tus hijos”. Vi claro que tocaba hacer un cambio. Aprobé una plaza y me convertí en funcionario, con la suerte de recalar como responsable en el Área de Parques y Jardines y de Medio Rural de Langreo. Así que, aunque echaba de menos a las vacas, seguía teniendo contacto con lo verde y, además, me di cuenta de que los árboles son asombrosos. Están vivos. Y, además, tienen sus líos, litigios, amores y amistades con el árbol de al lado. Hay veces que llegaba a pensar… ‘Este árbol me controla a mí en lugar de yo a él’. Mira, te voy a contar una historia... Había dos camelias fantásticas en Langreo. Estaban en un patio abierto de un edificio público, con una floración tan bella que la gente iba adrede a verla. Hubo unas elecciones, cambió el gobierno municipal y llegó una concejala nueva, que nada más aterrizar me pidió que quitásemos las camelias porque quería poner otra cosa. Yo le expliqué que eran muy especiales y que no se podía quitar un árbol y moverlo a otro sitio. Pero no hubo forma. Lo máximo que logré fue dejar una camelia. ¿Te puedes creer que la otra camelia no volvió a florecer nunca? Es terrible la sensibilidad que tienen los árboles. Esa camelia todavía vive, yo la llamo la viuda.
Esa experiencia fue muy guapa, me llenó muchísimo. Fue a raíz de una visita que hice a Barcelona donde tuve oportunidad de conocer su escuela de jardinería. Pensé que podríamos hacer lo mismo en Asturias así que convencí al alcalde y pusimos en marcha una escuela de oficiales de jardinería. Y pasó una cosa muy especial, llegaron alumnos con síndrome de Down. He de reconocer que al principio me generaban incomodidad porque no estaba acostumbrado a tratar con ellos. Y acabé descubriendo que son las mejores personas del mundo, sin doblez. Ahora tengo muchos amigos con síndrome de Down y puedo decir que nos dan mil vueltas a los que nos llamamos ‘normales’.La enseñanza fue muy motivadora, porque había muchos alumnos que iban porque sí, no porque el tema les gustase ni mucho menos. Y al final muchos de ellos se enganchaban y disfrutaban de las clases, de hecho, un buen número ha acabado viviendo de ello.
Sí, ese último cambio fue fruto de la suerte, y fue la delicia de las delicias. Fue el final de mi vida profesional y fue guapísimo. Aquí hay un territorio, antes destrozado por la actividad minera, que la naturaleza fagocitó y que tiene una historia reciente tremebunda, porque en ese territorio la guerra civil duró hasta 1959, porque los maquis se refugiaron aquí. En la actualidad se ha logrado recuperar el entorno natural. Hay un tren minero que te introduce en el paraje, que te interna en la tierra… Es un espacio único que recomiendo visitar a todo el mundo.
El aprendizaje profesional es absoluto, porque cuando sales de la escuela eres un teórico pero desconoces la profesión, sus esquinas. Todo lo aprendí en mi trabajo. En el sector ganadero fue donde adquirí más conocimiento, especialmente en lo relativo a la mejora genética de animales.En lo personal, me queda tanto por aprender… Todo el trabajo en la escuela de jardinería fue muy enriquecedor a ese nivel, especialmente por la relación con los alumnos con síndrome de Down. También cuando anduve por otros países aprendí mucho. En ellos descubrí que aquí no estábamos acertados en el plan de vida. La austeridad da muchísima capacidad de resistencia, nos permite ahorrar en excesos y hacer nuestra vida más sencilla y menos superficial. Y, además, hacer algo que no cuesta dinero: pensar un poco. Solo con pensar un poco avanzamos un montón.
Agricolae Mundi nace para, a través del conocimiento técnico de los Ingenieros Agrícolas, ayudar a desarrollar proyectos agroganaderos en apoyo a comunidades en riesgo de exclusión, tanto en España como en países en vías de desarrollo. Todo el conocimiento y experiencia que aglutinamos desde nuestro sector profesional lo podemos trasladar a lugares donde hace mucha falta y pueden marcar una gran diferencia. Y además, todo ello lo podemos hacer incluso telemáticamente, de manera instantánea y sin coste, asesorando a distancia.En la actualidad, 20.000 personas mueren al día por falta de lo básico, la mitad de ellos son niños. Agricolae Mundi es una pieza extraordinaria para ayudar a resolver ese problema tan guapamente, bien por transferencia de conocimiento o por una ayuda económica de 2€ al mes. Obviamente no percibimos honorarios. El placer de ayudar es el pago.Nos encantaría que más Ingenieros Agrícolas de toda España se sumasen al proyecto, la única condición es que estén colegiados y que quieran ayudar.
Pura casualidad. A raíz de conocer a una señora con la que coincidía en el tren a diario y a la que contaba mil historias, me sugirió que siendo tan buen narrador, también podría ser bueno escribiendo. Y me comentó que había un concurso de cartas de amor al que me podía apuntar. A mí me dio la risa y en ese momento no le di ningún tipo de valor al comentario.Pero un día, yendo en coche, en la radio leyeron la carta ganadora de la edición del año anterior, y pensé… ¡Esto lo hago yo con la gorra! Y la escribí, la mandé y me olvidé. Al tiempo me llaman y me dicen que era el ganador. Me alegré, claro, pero cuando me dijeron que le iban a dar publicidad y que saldría en los medios de comunicación, se me vino el mundo encima, porque la carta de amor no era para mi mujer, ¡sino para la mujer del tren! Afortunadamente en casa le dieron más importancia al premio que a la destinataria de la carta y me libré de una buena.Y a partir de ahí, seguí escribiendo. Es placentero cuando descubres que puedes inventar un personaje, matarlo, hacerlo futbolista o general… Eres algo así como un dios de tercera división. Y bueno, como soy muy charlatán, decidí que en lugar de dar la pelma en casa, me vendría bien escribir mis historias.En este tiempo he escrito dos libros. El primero de ellos es ‘El placer de la carne’, sobre gastronomía popular donde hablé con 14 mujeres de la montaña asturiana a las que pedía que me diesen una receta de carne de vacuno que hiciesen en casa, y a la vez también servía para hablar de cómo era la vida para ellas. El segundo libro fue una recopilación de artículos que publiqué en el diario La Nueva España sobre huerta y jardinería llamado ‘Cultivos del Paraíso’. Hablo de productos de huerta autóctonos del norte, pero enhebrados con anécdotas mías.Las fotos son de mi hijo Pelayo, al que no le pagué nada, claro. Le dije: “Hijo, llevo un dineral gastado en ti desde que naciste, ha llegado el momento de aportar”, y no tuvo escapatoria.
Me completa. Me siento saciado. Tiene la ventaja de que puedo hablar todo lo que quiera sin que nadie me mande callar. También me roba tiempo, pero cuidado, tiempo práctico, al que cada vez le tengo más manía, porque ahora solo nos interesa lo práctico y el disfrutar es muy superficial. Me enriquece mucho, aunque enriquecerme a mí es fácil, soy simple, del 0 al 10, un 5 raspado, y cualquier cosa me viene muy bien.
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